lunes, 21 de noviembre de 2011

CARTA ABIERTA/10 Por una tierra sin condenados


En medio de las grandes esperanzas, sucede nuevamente el penoso acontecer de la sangre derramada. El asesinato de Cristian Ferreyra es un hecho de inconmensurable gravedad. Afecta nuestras vidas no sólo porque nuestras vidas son de por sí afectadas por una memoria bien conocida, sino porque en cada una de estas muertes inocentes surge a bocanadas el signo de una historia irresuelta e injusta.
Son muertes inocentes no porque en estos luchadores no haya alguna vez un hierro candente en la mano o un puño que se cierre sobre una piedra. Son inocentes porque son muertes que nos siguen diciendo que una porción enorme de la historia argentina, ni siquiera en esta época propicia, consigue tener un balance templado y equitativo. Esta época no ha sido esquiva en generar justas reparaciones. Por el contrario, sus políticas tienen el signo de una cabal apuesta por la ampliación de la igualdad. Por ello mismo, debe ser propicia para mencionar estos hechos que le son extraños o anómalos.
Ferreyra es un nombre que surge de un anonimato tranquilizador, pero es el nombre de las cosas referidas al hierro, que de repente nos recuerda que somos mortales, seres precarios, que sólo tenemos nuestra muerte para representar toda una época entera con un fogonazo inesperado. Vivimos en ese sentido, todavía, en una época de hierro o con disyuntivas de hierro. Ferreyra, que era un militante de un movimiento social de autodefensa campesina, representa una larga historia.
Es una historia que remonta por lo menos al siglo XVII, donde las comunidades indígenas cuyos nombres nos son vagamente familiares o desconocidos –cacanes, calchaquíes, ologastas, lules, vilelas, capayanes, famaifiles, fiambalás, colozacanes, andalgalás, quilmes, pacciocas-, podían entrar en guerra entre sí, aliarse de diversas maneras a los españoles o protagonizar sangrientos levantamientos que el ejército de los colonos españoles reprimía con saña, pero no sin esfuerzo. Es así que en 1632 el cacique Chemilyin pone sitio a ciudades importantes de La Rioja desviando el curso vital de los ríos, y pone cerco a la ciudad de Londres, llamada así en homenaje a la esposa de Felipe II, que era inglesa. Son historias lejanas, que se hablan con nombres extraños y pronunciados en otros idiomas.
Pero el secreto de la historia, es que siempre es lejana hasta que un hecho de sangre acerca todo un material que parecía perdido para alimentar una acostumbrada brutalidad, que es milenaria y es también de nuestros días. Cristián Ferreyra habla de las modernas luchas por la tierra y habla también de luchas muy antiguas. No es necesario que imaginemos un pasado pulcro e incontaminado. La guerra y la violencia imperaban entre etnias cercanas, que podían unirse con el español o aliarse contra él. Por eso, sin una noción de lejanía indiscernible y heterogeneidad sorprendente no nos podremos hacer cargo de esa historia. Y debemos hacernos cargo hoy en un sentido reivindicativo respecto a la justa tenencia de las tierras campesinas, el respeto de los bosques y la crítica a una expansión agraria a fuego y escopeta.
Sabemos que esa historia llega hasta nosotros, pero no llega de cualquier manera, sino a través de muchos cortes, disoluciones y desvíos. Llega a través de un hilo frágil e impuro, porque no es una historia de purezas ni de identidades contundentes. Pero llega de una forma dramática cuando ocurre un asesinato, y vuelven nombres que los siglos parecían haber acallado. Son campesinos que tienen su tierra amenazada. Son los campesinos en los que resta aún un filamento étnico muy antiguo. Surge el nombre de la etnia lule, vinculada ahora al moderno problema de las tierras. Son nombres que reaparecen cuando actúan el capanga, la policía rural dominada por las peores lógicas de los empresarios, pequeños o grandes de la tierra, vinculados a una irresponsable clase política; son nombres de pueblos y de lenguas muchas veces extinguidas, o con pobres vestigios que llegaron hasta nosotros, como los sanavirones, los tonicotes, los diaguitas, que en muchos casos conocían rudimentos de metalurgia, como parte de la gran civilización del maíz y del zapallo, del algarrobo y del chañar.
Algunas de ellas son palabras legadas por estas culturas, otras provienen del nombre que le sobrepuso el idioma que hablamos a otros idiomas que se han perdido, pero vuelven a tocar nuestras puertas con un mensaje inequívoco, donde pueblos antiguos que se llamaban de modos que hoy ya no son audibles, vuelven por lo suyo bajo una denominación genérica que estamos en condiciones de comprender muy bien. Porque es el pueblo argentino, hecho de la fusión de miles de otros pueblos, y que se elige ahora con ese nombre también para señalar que la expresión pueblo argentino, entre tantas otras significaciones, es un resumen de tareas pendientes, reformas sociales profundas, esperanzas en una nueva sociedad.
Tiene que ser en esta época y no en una próxima estación nebulosa e indeterminada, que se solucione el problema de tierras en la Argentina y que se consideren los planes agroalimentarios no como sinónimo de desbaratamiento de los montes sino de soberanía alimentaria. Es un problema multisecular, que queda en penumbras hasta que un asesinato lo ilumina. Del mismo modo, el asesinato de Mariano Ferreyra iluminó como una chispa al costado de las vías, la realidad oscura de la tercerización. La superposición de nombres es casual, la acumulación histórica de los problemas no lo es.
En ciertos aspectos, muchas comunidades campesinas del país son ahora contemporáneas de los encomenderos, de la mita y del yanaconazgo. Pero también son contemporáneas de las grandes utopías arcaicas, como el regreso al ayllu, a la Nación Calchaquí o el Reino de los Quilmes, que forman parte de un lenguaje posible pero quizás reacio a ver las grandes herencias de injusticia reparadas a la luz de los que les debe ahora la nación moderna. No obstante, hay que decir que la expansión de la frontera sojera no es sólo una forma de la economía sino también puede ser en estos casos la expansión de la propiedad por la sangre.
La avidez de un capitalismo depredador, la irresponsabilidad de inescrupulosos empresarios que siquiera son grandes propietarios, vive su medioevo de conquista con esbirros que eligen el camino del victimario porque saben que ellos son también víctimas potenciales. El gran capitalismo agropecuario tiene su mirada en la Bolsa de Chicago, en las operaciones políticas de gran escala, en los secretos de los gabinetes químicos que perfeccionan la semilla transgénica, nuevo padrenuestro de una teología que sin tener santidad tiene a Monsanto, mientras empresarios voraces, pioneros cautivos de un clima de mercantilización de todas las relaciones humanas, se comportan como forajidos de frontera, escapados de otra época, pero tiñendo de una agria tintura este momento histórico que aunque les es heterogéneo, caen en la incongruencia de querer apropiarlo.
Cada vez que recibimos noticias infaustas, como la muerte de un miembro de la etnia Quom, de las muertes del Parque Indoamericano o las que corresponden al Ingenio Ledesma, parecen hojas lejanas de periódicos escritos por un alucinado que equivocó la periodicidad histórica. Pero no, son hechos que oscurecen nuestro presente, este mismo presente promisorio, con una lógica única e implacable: son una estructura de procedimientos insociales. Corresponden a una epistemología completa de negocios que mantiene cerrado el acceso democrático y posible a la tierra tanto rural como urbana, que comienza con genéricos intereses que podrán hablar de “sociedad del conocimiento” o “biocombustibles” mientras una disputa por 17 hectáreas de una empresa que posee 160 mil, causa tres muertes. Recordemos aquella ocasión: murieron dos ocupantes de tierras, uno de ellos apellidado Farfán y un policía, también Farfán, sin parentesco con el anterior. Hay una doble certeza aquí. Primero, la insensibilidad de los nuevos y grandes negocios que han tomado a la vieja industria de la caña de azúcar, que es un caso que tiene diferencias con la soja, pero muchas semejanzas, generando un capitalismo que fabrica combustibles con lo que anteriormente se producían materias primas alimenticias, que en el aspecto de las relaciones laborales reitera muchas conductas de la época de Patrón Costas. Y segundo, que las luchas por la tierra, tan viejas como la historia de la humanidad, enfrenta a pobladores con policías patronales, en escaramuzas lamentablemente muy frecuentes, donde mueren los hijos de la tierra, extrañados de ella ya sea porque son expulsados por los sicarios de la nueva renta agraria en complicidad con jueces o mandos policiales y políticos, o porque deben vestir el uniforme de los que son enviados a la primera fila de la represión. De allí que los más viejos apellidos de la historia de estas tierras puedan llegar a matarse entre sí, como parte de una oscura astucia de la razón capitalista.
Debe darse fin a esta situación con una nueva ley de tierras ecuánime y democrática, que las mida con los teodolitos de la justicia social, esos mismos teodolitos que empleó el ingeniero Raúl Sacalabrini Ortiz y más atrás en el tiempo, el ingeniero Germán Ave Lallemant, ingenieros sociales y medidores de tierras al servicio de los pueblos. Una ley que frene la especulación, reconozca los derechos de los antiguos pobladores y cree una nueva conciencia colectiva respecto a una productividad que se equilibre con la naturaleza y no que la deprede sistemáticamente. No es aceptable que crímenes que ya asumen un carácter serial, no tengan adecuado tratamiento por el hecho de que en su ramificación ostensible, afecten a miembros de las clases políticas que mientras juegan con ademanes clientelistas, con una prestidigitación complementaria, protegen los grandes o medianos negocios con las brigadas policiales que deberían cuidar el usufructo equitativo de la tierra.
Ya muchas organizaciones sociales, políticas y de derechos humanos, como el CELS, el Movimiento Evita y La Cámpora se han pronunciado. Las muertes que puntúan este período político, más dolorosas porque son en éste y no en otro, son alusiones de sangre a problemas irresueltos de la misma estructura histórica de este pedazo universal de tierra que llamamos Argentina. Algunos son problemas recientes, como los que provinieron del desguace ferroviario y la conversión en vidas precarias de miles de trabajadores que comenzaron a llamarse precarizados. La Argentina no puede ser un país que fabrique vidas precarias mientras habla de nuevas posibilidades tecnológicas.
Otros problemas tienen una complejidad propia de la escena que sabemos interpretar y festejar como propia de un horizonte nuevo. Los dilemas entre la gestión de Aerolíneas, que apoyamos, y la acción de estamentos laborales cristalizados, es un tipo de conflicto nuevo que debe contar también con nuevas definiciones. El ámbito que afirma y acoge hoy a millones de esperanzas en el cambio debe llevar a una sociedad más justa y despojada de sus viejas ataduras de coerción, que también tiene su correlato en toda clase de trabazones mentales.
No es fácil darle nombre al tipo de sociedad que queremos, y ciertamente, ese nombre nuevo aparecerá cuando se pronuncie colectivamente, en el interior de la conciencia de miles y miles de personas, y en el interior de un gran autodescubrimiento colectivo. Por el momento, tenemos que pensar que cada uno de estos conflictos dirige nuestra atención a cuestiones urgentes: a darle facultad soberana territorial a los movimientos sociales que expresan viejas reivindicaciones campesinas, alargando la mirada sobre los problemas de subsistencia de poblaciones enteras cuando la lógica del agronegocio no tiene contenciones; y por otro lado, a crear un horizonte político que con más sabiduría pueda intervenir en conflictos como el de Aerolíneas, donde viejas fuerzas reaccionarias siguen al acecho, esperando demostrar que una generación nueva no es apta para gestionar en altos niveles de responsabilidad política y tecnológica. Pero esa capacidad ya ha sido demostrada, ahora hay que demostrar entre todos que cuando decimos que hay cosas que faltan, no sólo se trata de problemas conocidos o deducibles de lo que quedó pendiente de un trayecto anterior. Lo que falta no es un problema de restas y sumas, sino de imaginación política. Son problemas que muchas veces no tienen definición adecuada en nuestro lenguaje y que no se descubren tan magnánimamente ante nuestra supuesta destreza política. Son problemas que aparecen muchas veces, desdichadamente, bajo el rostro del asesinato social, comprimidos en los pliegues históricos mal ensamblados del país, como placas tectónicas que se desacomodan y que apenas nos dejan ver un hecho de sangre, que significa mucho más que la crónica policial con la que muchos intentan encubrirlo.
Al principio de la esperanza no lo asegura ninguna ley ni está escrito con marcas de hierro por la historia. Vive apenas en la imaginación colectiva y es frágil, aunque cuando se reconoce en millones tiene la fuerza de un llamado. A partir de allí comienza la política, dándole a la gestión y a las tecnologías las virtudes de un frente social novedoso que las recubra con los contenidos de eticidad de las democracias avanzadas, y si estas definiciones sirven, será para poder pensar e inscribir en nuestra esperanza de cambio, tanto a la defensa de la empresa pública de aeronavegación como a los condenados de la tierra.

21 de noviembre de 2011

miércoles, 20 de julio de 2011

Declaración de Carta Abierta

Sobre la repercusión de la asamblea del sábado pasado en los medios hegemónicos. Ver el enlace.

Maquinarias de captura

Por Horacio González *
La esencia de la discusión política es lo contrario del estilo con el que operan muchos medios de comunicación muy poderosos. Se debe hablar libremente y con un sentimiento de alegría interior por estar expresándose, aun en medio de disensos, críticas o diferencias efectivas. Hace años, por el particular funcionamiento de los medios de comunicación en un nuevo capítulo de los avances tecnológicos, pueden crearse foros de discusión sobre las notas periodísticas. Hasta el momento y salvo excepciones, el anonimato que los mueve provoca (y no tendría necesariamente que ser así) la posibilidad de que la nación en su conjunto esté sostenida en un enjambre de injurias que parecen la napa secreta de la vitalidad política del país. Luego, los articulistas con firma pondrán todo eso en lenguaje articulado y civil. Pero dejando el latido de escarnio como telón de fondo. Esta doble vida del lenguaje político a veces levanta sus tabiques, a veces se los mantiene a raya, pero ya caracteriza el modo de moverse en la acción política. Recrudecen las operaciones, es decir, el modo de hacer saltar lo dicho en un plano de deliberación anónima hacia al plano alto, el de la escritura clásica.

Todo ello ha permitido que se hayan creado maquinarias especializadas de captura, grandes antenas semiológicas que operan tanto en el mundo de los laboratorios científicos –quizá en los cotejos de ADN– como en algo que se le parece, que es en el aprisionamiento de palabras para hacerlas pasar por probetas de infamación o descrédito. Esto último pasó con una reunión de Carta Abierta, donde se habló libremente de la campaña electoral, en diversos tonos críticos, pero sin vulnerar el reconocimiento de los candidatos, cuya campaña hicimos y seguimos haciendo. Todas las oratorias de esa asamblea, en un último rasgo de saludable espontaneidad política que ya pocos se permiten, son enviados a la red desde siempre. No es una decisión de nadie, se dio así en una cultura política constituida por cámaras e imágenes donde pululan difusas significaciones y, entre ellas, las nuestras. El diario Clarín las toma y pretende crear con ellas un clima de divergencias que con justa razón ha preocupado a muchos. No hay tales divergencias por el solo hecho de que lo que está en juego es muy fuerte y poderoso. En virtud de ello, con un habla urgente, agitada y destinada a ser un llamado cívico, se ha hablado. Lo que está en juego es esta alternativa: o viviremos en una sociedad como la de la ciudad de Buenos Aires, inclinada mayoritariamente ahora hacia un estilo político que les sustrae a los pueblos su instrumento de reivindicación e identidad crítica con una pospolítica festilinda, o viviremos en una sociedad que examina y reexamina sus decisiones para refundar la política democrática no sometida al imperio de los gabinetes sigilosos de acción política.

Decían los grandes autores de la política clásica que todo manual de política, incluso el que le da consejos al príncipe, en el fondo es un escrito de educación popular. Carta Abierta se propuso desde siempre dejar en claro los fundamentos e inflexiones últimas de la palabra política, revelando sus nexos y articulaciones internas. El hecho de que haya sido aprovechada por Clarín de un modo desmoralizante hacia los actos de valentía intelectual no quiere decir que el proyecto de la reconstitución asamblearia del discurso político no sea válido. Por el contrario, porque ha mostrado su potencialidad es que es atacada por la maquinaria de captura, cuya principal metodología es mostrar a una audiencia ávida de consumir “secretos” que hay ciudadanos que en uso de su vocación crítica estarían denostando al pueblo, a sus propios candidatos, a los electores de los demás partidos. No hay nada de eso, sino al contrario, esto es, el mismo pensamiento libre que animó las grandes jornadas de reflexión colectiva en el país. Les recuerdo la polémica Alberdi-Sarmiento; la correspondencia Perón-Cooke y tantos otros folios decisivos del espíritu rebelde en el foro de las grandes discusiones nacionales. Son jornadas de las que surgieron grandes textos contra el prejuicio, la discriminación, la triste retórica de inventar: (a) réprobos o villanos al margen de la comunidad (propio del momento antiintelectual que vive la política argentina), y (b) mostrar almas candorosas que según dicen se dieron “un disparo en su propio pie”.

No, compañeros. Los órdenes políticos implican fisuras por doquier, en nuestro propio seno y en el de los demás, en medio de la composición y recomposición de grandes conglomerados político-sociales, cimentados con distintos argumentos y emotividades. Muchas de esas fisuras son duros momentos de verdad, que no lo son menos por ser tomados por turbios adversarios. Las causas populares avanzan electoralmente esgrimiendo la creencia veraz en sus proyectos y la virtud de autocriticarse. Los dichos en la asamblea de Carta Abierta, apilados con una técnica de repostería periodística por Clarín, que ojalá no sea el destino de los estilos periodísticos del país, fueron esencialmente críticos al macrismo como nueva expresividad urbana que diluye el sentido mismo de la polis. Crea, sin duda, nuevos públicos y simbologías, cuyos manuales, el de Durán Barba, están a la vista. Reaccionar contra esos modos presuntamente esterilizados de una política sin historia, sin raíces y cancelatoria de las diferencias fue nuestro propósito. Tenemos diferencias con la idea de Macri de ir aboliendo contrastes. No porque eso no deba hacerse al cabo de las grandes discusiones, sino porque nunca podría hacerse en el estilo macrista –contra el cual llamamos a votar en el ballottage–, estilo que dice querer “superar diferencias” pero no puede disimular que las crea, en su caso bajo la forma de la desigualdad social y urbana, de una mediocre gestión y, principalmente, de la dilución del tesoro mismo de los pueblos, el acto de expresarse en los grandes linajes políticos de las historias nacionales.

* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional, integrante de Carta Abierta.