lunes, 21 de junio de 2010

Notas sobre la "Declaración del Bicentenario"


Éste es un resumen de la presentación que hizo Gerardo Burton en la reunión de Carta Abierta Neuquén el 14 de junio pasado. El texto incorporó parte del diálogo posterior a la presentación.
El documento emitido por Carta Abierta nacional con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo, a diferencia de varios discursos y relatos difundidos en estos días, no ofrece una postura cerrada ni narra una realidad fotografiada y estática. Por el contrario, plantea varias cuestiones que quedan abiertas y que no se habían puesto en discusión: por ejemplo, la cuestión cultural, la revitalización de la política, la institucionalidad como un espacio en disputa entre fuerzas contradictorias y hasta antagónicas.
Hacia el final del texto, luego de una enumeración pormenorizada de los momentos más críticos que consolidaron el predominio del país agroexportador, parte de un sistema colonial moderno y de su contracara, las luchas populares y los movimientos surgidos desde la periferia hacia el centro y desde lo profundo hasta la superficie, se plantea la necesidad de conjurar “las maniobras de quienes conspiran en las sombras y agitan desde los espacios mediáticos”. Así aparece uno de los principales problemas de estos días: la pelea que se da por el poder en el campo común que es la comunicación.
En consecuencia, también es necesario “resguardar al país de la corrosión de sus lenguajes y de una sensibilidad social, cultural y política menguada en sus capacidades críticas y creativas, como de los condicionamientos en los modos de vida y de pensamiento impuestos por las culturas imperiales. Sabemos que no se sale indemne de las heridas infligidas por los poderes de la dominación y que las diversas formas de la injusticia, la humillación y la fragmentación marcaron a fuego el tejido social. Pero también percibimos que algo poderoso vuelve a manifestarse en la patria de todos. En la particular situación de América Latina en estos inicios del siglo XXI, este pueblo, hecho de memoria y de presente, escrito su cuerpo por las mil escrituras de la resistencia, las derrotas y los sueños, tiene la potencia de realizar ese llamado ante los peligros y la afirmación de su resistencia ante toda forma de la devastación”.
Es que, como nunca, está claro que el poder real no reside en quien gobierna sino en quien detenta el poder económico y cultural –como antes el militar-, y que las clases dirigentes funcionan como asalariados de ese poder. Clarificar este punto es crucial, dado que entonces se puede analizar con mayor grado de corrección el verdadero sentido de las palabras. Es decir, ¿cuál es el significado de ‘libertad de expresión’ cuando los medios de comunicación son el poder, en principio de la oligarquía y ahora de las fortunas concentradas? Cuando se alude a Mariano Moreno y sus expresiones sobre la libertad de prensa al fundar La Gazeta, se olvida que ésta era un órgano oficial del gobierno de la Primera Junta, o de un sector de éste. No era iniciativa privada.
Por eso, y acertadamente, el documento expresa que el estado del pueblo es “hoy, la vigilia: apuesta a la defensa de las reparaciones alcanzadas y a la perseverante insistencia en lo pendiente. Si es capaz de mirar al pasado de la nación e inspirarse en la épica americanista de los revolucionarios de mayo, lo hará porque su realización está en las señales del presente y en la apuesta al futuro. Tiene ante sí el desafío de dar lugar a lo nuevo que surge y de contribuir a que se extiendan y fortalezcan los modos en que los argentinos deciden vivir su libertad para afianzar la de todos. Estamos convocando a un acto de emancipación, capaz no sólo de enfrentar las trabas que interponen, ayer como hoy, los intereses poderosos, sino de proponer nuevas soluciones imaginativas y nuevos objetivos que estén a la altura de una sociedad enfrentada al desafío acuciante de ser más equitativa. Y a través del ejercicio de la libertad, de la participación y de la movilización, a llevar a cabo las grandes tareas pendientes, particularmente las que conducen a enfrentar las desigualdades sociales que persisten como una llaga que no se cierra –tareas cuyas señales han sido dadas en estos últimos tiempos-. Un mayo de la equidad y de la igualdad, un mayo en el que la riqueza sea mejor distribuida entre todos los habitantes de esta tierra. Por todo esto convocamos, con el entusiasmo y la pasión que emanan de nuestra historia compartida, a emprender las transformaciones estructurales y culturales que se necesitan para contrarrestar el saldo de décadas de deterioro y desguace, y avanzar hacia nuevos modos de relación entre los ciudadanos, la política y el Estado. Somos esos sueños y esas múltiples y diversas experiencias sin las cuales no podríamos imaginar un futuro. Conmemorar el Bicentenario implica tomar nota de lo nuevo y convocar lo existente hacia una profundización de la democracia. Los hombres de Mayo tuvieron ante sí la tarea de construir una nación despojada de la herencia colonial. Lo hicieron en parte y la situación de América Latina exige la continuidad de ese esfuerzo. Como para ellos antes, para nosotros hoy no hay retroceso tolerable y sí un enorme desafío histórico: la construcción de una sociedad emancipada y justa”.
Hasta aquí unos fragmentos del documento, y una crítica: en la enumeración de las luchas populares se produce un lapso que casi roza la censura: de la mención del Cordobazo en el año 1969 se salta, casi como por encanto, a “los rostros de la militancia por los derechos humanos”. Falta la experiencia guerrillera, y falta la mención a los desaparecidos. Se puede aducir que no hay perspectiva histórica, pero creo necesario tomar de las organizaciones que optaron por la lucha armada sus aciertos, pues sus errores están a la vista y, a fin de cuentas, también se planteó como parte de una gesta emancipadora. Y de los desaparecidos, como una suerte de “vanguardia de la resistencia”, una experiencia absoluta y brutal que tiñó como mancha de aceite toda la sociedad. No pueden ser escondidos en los pliegues de la historia.
UNAS PROPUESTAS
Tal como quedó dicho, el documento se propone abierto. Por ejemplo en un artículo publicado hace semanas en un diario de Buenos Aires, el economista Aldo Ferrer apuntaba una serie de temas para trabajar en el futuro inmediato. El artículo, titulado “Hacia el tercer centenario”, impulsa a trabajar y a reflexionar en cinco “desafíos”: la ocupación del territorio; el régimen político-institucional; la cohesión social, la estructura productiva y la inserción internacional.
En cuanto a ocupación del territorio, expresa Ferrer algo que toca de cerca de las provincias, en especial a las patagónicas. La necesidad de construir un “federalismo económico” que implique el despliegue del desarrollo “de todas las regiones en un sistema nacional integrado”. Para eso, deben funcionar en forma solidaria y asociadas las tres jurisdicciones del Estado –nación, provincias y municipios- en una “estrategia de desarrollo inclusiva de todas sus regiones”. Explica Ferrer que “la última reivindicación territorial pendiente, la recuperación de Malvinas, se logrará a su tiempo, dentro del derecho internacional, a medida que el país consolide su desarrollo y fortalezca su presencia internacional”.
En cuanto al régimen político-institucional, sin eludir la presencia de tensiones cuya resolución en paz requiere fortalecer las reglas de juego de la Constitución y la división de poderes, se apunta a transformar “profundamente” la sociedad y sostener los cambios en el reparto del poder, la riqueza y el ingreso.
El tejido social, continúa Ferrer, “hereda las asimetrías de la formación histórica del país, desde los tiempos de la colonia. La situación fue profundamente agravada durante el período de la hegemonía neoliberal (1976-2001/2002)” cuando se registró un aumento “dramático” de la pobreza, la fractura del mercado de trabajo, el desempleo y la desigualdad en la distribución del ingreso y de las oportunidades creadas por el sistema educativo.
También es necesario construir una “economía integrada, diversificada y compleja, apoyada en tres ejes: las cadenas de valor de alto contenido tecnológico de su producción primaria, una gran base industrial que incorpore las actividades de frontera científico-tecnológica y el despliegue en todo el territorio”.
En el contexto internacional, “deberá abandonarse también el supuesto neoliberal de que el país es un segmento del mercado global, cuya economía debe organizarse conforme a las señales de los centros de poder mundial. Esta visión es incompatible con el desarrollo económico que, siempre y en todos los casos, es, en primer lugar, la construcción en un espacio nacional”. Y a continuación, Ferrer enumera las sucesivas hegemonías en la historia argentina –Gran Bretaña primero y luego Estados Unidos- y advierte sobre los riesgos de construir dependencias similares respecto de China o Brasil puesto que “la capacidad de gestionar el conocimiento demanda la existencia de una estructura productiva, compleja, integrada y abierta, vinculada a la división del trabajo y el orden global a través del intercambio simétrico de los bienes y servicios portadores del avance tecnológico”. Es que, concluye, “la especialización limitada a la producción primaria es la vía más segura al subdesarrollo y la subordinación”.
EL ESCENARIO
Entonces, un rápido vistazo sobre la constitución de Carta Abierta y los cambios ocurridos en la Argentina desde el gobierno de Néstor Kirchner continuados por el de Cristina Fernández.
Después de diciembre de 2001, verdadero final del siglo XX para la historia política argentina, el Estado estaba redefinido según el modelo neoliberal, y la transferencia de obligaciones y responsabilidades a los individuos y grupos –ausencia en educación y salud; vacancia en la cuestión de la justicia- hizo necesaria la construcción de una nueva forma de hacer política. Ése fue el momento de la transversalidad, de una suerte de horizontalidad que descabezó a los poderes tradicionales del peronismo –gobernadores, intendentes del conurbano bonaerense, caudillos sindicales-. Sin embargo, la operación de trasvasamiento no se completó.
Los gobernadores volvieron a imponerse –vía la famosa “liga” o sus legisladores, diputados y senadores en ambas cámaras-. Los intendentes, convertidos en los “barones” del conurbano, retomaron su poder; y lo mismo ocurrió con los sindicalistas de la CGT.
Ésta no pretende ser una descripción completa, pero sirve para ilustrar un cierto clima: la aparición de Carta Abierta implicó la posibilidad de reflexionar sobre los acontecimientos, ofrecer una mirada diferente de la de los medios de comunicación social y definir un territorio de pensamiento. Eso ocurrió antes de la crisis con las patronales del campo.
Si algo aparece claro en ese conflicto es que la mesa de enlace ruralista –que concentró a los sectores más ricos del país, los históricos y los advenedizos- no fue un armado espontáneo. O si lo fue, se disimuló muy bien. Salvo la Federación Agraria Argentina, son las mismas entidades que formaron, en 1975, una asociación en contra del gobierno constitucional de entonces.
Bajo la mesa de enlace se cobijaron los resortes más firmes del establishment: los agroexportadores; los dueños del sistema financiero; los propietarios de los medios de comunicación social. Básicamente eran ellos con algunos compañeros de ruta, en un movimiento transversal que atravesó también al gobierno y sus aliados. En esos grupos de poder se nucleó la reacción contra el cambio de modelo político institucional –los juicios por violaciones a los derechos humanos; la apertura de la comunicación; la reestatización de resortes básicos de la economía como el sistema jubilatorio, las aerolíneas, la televisación del fútbol; el pago de deuda con reservas-.
La construcción de la oposición pivoteó en torno de dos ejes: la inacción del gobierno, a quien tomó por sorpresa, y el acierto en la elección de los temas a instalar. La pérdida de iniciativa oficial fue el primer impulso que envalentonó al sector y comenzó a vislumbrarse la posibilidad de bloquear o condicionar el ejercicio del poder. Esto ocurrió hacia el final de la presidencia de Néstor Kirchner y se profundizó con la asunción de Cristina Fernández, en especial con el caso Antonini Wilson y la valija venezolana.
Se gestó así un escenario de supuesto refuerzo institucional, de juego democrático de los poderes y el sistema jurídico que en rigor significaba un condicionamiento casi absoluto a la acción del gobierno. Se trataba de “pialarlo”.
En simultáneo, se inició una tarea de erosión y deterioro de la imagen presidencial: que el gobierno lo ejerce el matrimonio, donde la voz cantante es la masculina; que las giras al exterior no sirven más que para comprar carteras y vestidos de moda; que el Tango 01 es utilizado por la hija de la Presidenta; que la imagen presidencial –maquillaje, aspecto- es de frivolidad y casi kitsch, etcétera.
Esa construcción tenía un objetivo confeso: lograr la parálisis del Ejecutivo para que no haya otra salida que la dimisión o la inercia absoluta. Por eso se la calificó de destituyente: en esta ocasión la salida del poder no se haría por un impulso expreso de la fuerza opositora –sea ésta cívica o militar- sino por una supuesta imposición de las circunstancias, casi en el nivel del fatalismo. Sería el corolario de una serie de falacias: esta gente no sabe gobernar; no tienen proyecto político; son ineptos salvo para la corrupción, y las soluciones son institucionales –p.e. el recurso al vicepresidente de la Nación-. Este armado eclosionó con el conflicto con los ruralistas, y contó con el abono de los desaciertos y algunos flagrantes errores del oficialismo. Sin embargo, la mayor irritación, que incidió en forma directa en las ansias destituyentes fueron los aciertos del gobierno –mencionados más arriba- y coronados con el proyecto –ahora ley- de servicios de comunicación audiovisual.
El fallido intento destituyente incorporó, luego de la votación contraria a la resolución 125 y la paridad electoral de junio de 2009, un nuevo ingrediente: el conflicto social, azuzado y magnificado –en sus consecuencias molestas para la vida social- por las empresas periodísticas. Así, la protesta piquetera –oficial u opositora- se potenció y en paralelo la información relativa a la delincuencia de manera de generar la sensación de inseguridad. En el circuito de profecía autocumplida, los representantes de este sector aparecieron como los gurúes de las soluciones a estos problemas y responsabilizaron de su incremento al gobierno.
En esto, otra vez coincidieron estas entidades con sus posturas previas al golpe de 1976. El discurso de la Apege –tal era el nombre de la mesa de enlace de entonces- al tiempo que llamaba a la pacificación social, informaba que la única salida política era la propuesta por ellos. Algo parecido ocurre hoy: la ineficacia supuesta de Cristina Fernández sólo puede ser remediada por su vicepresidente, o por algún dirigente de la oposición embanderado en el ideario mesaenlacista.
LA CUESTIÓN DESTITUYENTE
Es interesante señalar dos situaciones en la nueva etapa política. La primera, de manera analógica con lo que ocurrió en 1945 con la ocupación del espacio social y político por parte de los trabajadores y de quienes formaron el primer peronismo. En la actualidad ocurre algo que merece un análisis. Históricamente, el peronismo –y sobre todo la generación de 1970- cuestionó la legalidad institucional y la validez de la experiencia democrática, de la que estuvo proscripto desde 1955 hasta 1973. Esa consideración peyorativa dejó las instituciones en manos de los representantes de los sectores más conservadores ligados al establishment.
Cuando la actitud hacia la institucionalidad en general y la democracia en particular cambió, y el gobierno kirchnerista decidió dar la batalla dentro de ese marco jurídico y legal con la exigencia de que las instituciones respondan a las funciones para las que fueron creadas, comenzó la disputa, la pelea por ese espacio. La pregunta de los sectores dominantes pareció ser: “¿Y a estos, qué les pasa? ¿Qué quieren acá?
Así, el peronismo, hecho maldito del país burgués, volvía a convertirse en los primeros años del nuevo milenio en un nuevo hecho maldito: esta vez, del sistema institucional, al que desafiaba desde adentro a cumplir con la función para la que había sido creado.
El segundo ingrediente a destacar es que, cada vez que el gobierno presuntamente fue derrotado –una bolsa de dinero en el baño de la oficina de Felisa Miceli, caso de la valija; resolución 125; elecciones del 28 de junio de 2009- apostó a más y duplicó la apuesta por el poder: ley de servicios de comunicación audiovisual; asignación universal por hijo; reformulación y denuncia de la apropiación de Papel Prensa y ahora la reforma de la ley de entidades financieras. En una paráfrasis de los asesores de campaña de Bill Clinton, este momento del país se podría explicar diciendo “es el poder, estúpido”.
LA PREGUNTA SOBRE LA REGIONALIZACIÓN
Quizás por un defecto profesional, o por eso de que lo universal para por la aldea de uno, interesa pensar qué ocurre en Neuquén con el Bicentenario, en una provincia con característica de multicultural, poliétnica y, en cierto sentido binacional. No es menor saber que en esta provincia vive la mayor cantidad de habitantes mapuches –acriollados o no- por lo cual contiene a una de las franjas mayoritarias de pueblos originarios en el país. Además, aquí reside la mayor proporción de población de origen chileno en el país. Por último, se mantiene la condición aluvional en la constitución de su sociedad por la continuidad de migración de otras provincias.
Su condición de frontera –en un sentido geográfico- tiene correlato con el variado mestizaje de culturas, pueblos y gentes. No hay una sola, y toda la historia está por escribirse: desde la de los pueblos originarios hasta la campaña del desierto y las mismas misiones religiosas.
En una paráfrasis de los juegos de palabras a los que es tan afecto el rabino mediático Sergio Bergman, se puede decir que la grandeza de Neuquén es su diversidad y la diversidad de Neuquén es su grandeza. En eso comparte con el país su mayor variedad, su mayor riqueza: el mestizaje y, sobre todo, el mestizaje cultural. Nada de culturas endogámicas o de supuesta pureza racial. Lo más rico, lo más variado, lo más hondo y lo más amplio es el mestizaje.
Y en ese contexto, en Neuquén se mantiene un atractivo adicional: el rechazo a las jerarquías y a las aristocracias culturales y sociales y, por contrapartida, la reivindicación de lo plebeyo, de lo cimarrón. Su cultura se enmarca, entonces, en la mejor tradición nacional: si en el siglo XIX lo más genuino de la literatura argentina fue la poesía gauchesca, y “Martín Fierro” fue designado como el gran poema nacional, la cultura neuquina es matrera: matrera porque no se adapta, porque va por fuera de los cauces institucionales aunque a veces los utilice y porque en la marginalidad también encuentra su fuerza.
Esta condición también tiene otra cara, la de un individualismo extremo. Resulta muy difícil, en cualquier disciplina artística, mantener la continuidad de un grupo o de una tendencia. Porque también hay una mayor accesibilidad a los medios de producción cultural que en otras jurisdicciones. Entonces, pelea contra las jerarquías y aristocracias y accesibilidad a las maquinarias de “fabricar cultura” son dos condiciones que se superponen y sostienen la actividad en este campo.
El carácter binacional que diluye la frontera también le da una peculiaridad a esa frontera: no es geográfica ya –la cordillera de los Andes actúa como factor de unión y no de separación- sino política: el ferrocarril que se interrumpió a ambos lados, argentino y chileno respectivamente en Zapala y Lonquimay constituyó una barrera. Por eso no es casual que haya una población denominada Andacollo en Chile y en Argentina.
A manera de síntesis de lo anterior, se puede expresar en binomios generalizadores –y por eso mismo muchas veces inicuos- esta situación cultural en la provincia del Bicentenario: individualismo/rasgos corporativos; lo matrero/lo cosmopolita, excesivamente cosmopolita a veces; lo marginal/lo institucional.
Y puede quedar para responder una pregunta en el aire: ¿qué pasaba en el Neuquén del primer centenario?
De la misma manera que muchos quieren una fotografía del país de 1910 porque añoran la Argentina de los ganados y las mieses, de los ferrocarriles por y para el puerto y de la cuasi factoría con siervos de la gleba con ideologías y lenguas extrañas, Neuquén –y la Patagonia- se perciben como un gran desierto, un vacío a ocupar.
Entonces es necesario demoler el mito del espacio desierto, sin gente, una especie de operación abonada sobre todo por los viajeros ingleses, los misioneros italianos y españoles y los militares argentinos. Ese mito fundante que edifica un reino en la nada es una mentira que encubre el intento –y la realización- de la brutal apropiación de un espacio que ya estaba ocupado, y por pueblos que no habían sido vencidos por el colonizador español. Sólo había que arrasar(los) –arrasar el espacio y arrasar sus habitantes-.
De esa ocupación original y originante dan cuenta las leyendas y las fábulas que construyeron los primeros mitos y ese pensamiento genuino de la Patagonia que es la utopía. El primer utópico quizá fue Antonio Pigafetta, cuando aplicó sus lecturas de novelas de caballería a los tehuelches de la costa atlántica. La más reciente fue Irma Cuña, que partía de Trapalanda y la Ciudad de los Césares para descubrir ese pensamiento huidizo como el horizonte.

Gerardo Burton

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