domingo, 7 de noviembre de 2010

Vivencias


Gerardo de Jong

En este momento Néstor Carlos Kirchner está realizando su último viaje a la Patagonia, a su natal Río Gallegos, en esa provincia no apta para débiles. Tengo 70 años, es decir que he vivido algo más de un tercio de la historia del nuestro país. Por estos atributos del tiempo he participado en la azarosa historia de nuestra sociedad desde 1940 en adelante. Todavía recuerdo los comentarios hogareños acerca del 17 de Octubre: escuché a mis padres hablar de “las patas en las fuentes”. Viví la contradicción entre el típico pensamiento “pequeñoburgués” y las realizaciones del peronismo. Más allá de la aludida contradicción, la percepción y el pensamiento de la sociedad de la época era el de nuestra pertenencia a un país con una gran potencialidad, el de San Martín, el del Himno y las marchas San Lorenzo y Mi bandera, cantadas en la escuela a voz en cuello mientras practicábamos los desfiles con que festejábamos las fechas patrias. La misma voz con que cantábamos la Canción del Estudiante y la del Reservista.
En esos tiempos, un gobernante repudiado por los gorilas “democráticos” (la Unión Democrática agrupaba a conservadores, radicales, socialistas, comunistas y todo un espectro de grupos que se auto titulaban progresistas), un tal Juan Perón, concretaba una serie de proyectos destinados a lograr independencia económica acompañada de soberanía política y justicia con base en la equidad social. Yo era un niño pero podía ver cómo día a día aparecían anuncios de políticas y proyectos concretados, los que incluían las leyes obreras, las paritarias para discusión de salarios, la eliminación de la desocupación, la nacionalización de la banca, el logro de más del 50% del PBI constituido por el sector asalariado, los derechos cívicos de la mujer, el rechazo del ingreso de Argentina al FMI, el rechazo en la 9ª Conferencia Americana a la propuesta de EEUU de crear una organización anticomunista en América, la promoción de la educación pública mediante la creación del Ministerio de Educación (creación de la Universidad Obrera, obligatoriedad de educación pública entre los 6 y 14 años, creación de las escuelas secundarias técnicas, construcción de 8.000 escuelas –más que todas las existentes hasta entonces-, supresión de los aranceles universitarios, educación nocturna para quienes trabajan, etc.), la promoción de la salud pública mediante la creación del Ministerio de Salud (creación de la fábrica nacional de medicamentos para abastecer a los nuevos hospitales gratuitos construidos –se pasó de 60.000 camas a 180.000-, puesta en marcha del tren sanitario -incluía el equipamiento de un hospital de alta complejidad-, campañas de vacunación masiva para controlar todas las endemias, eliminación del paludismo y la lepra, creación se crea el banco nacional de sangre), la creación de la Fundación Eva Perón para ayudar a los más pobres, la promoción del arte y la cultura nacional (promedio de 50 películas anuales, creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, exigencia de trasmitir un mínimo de 50% de música nacional), la promoción del deporte en todas sus manifestaciones (se financian las campañas de F. González y J. M. Fangio) y, finalmente, se concreta la constitución de 1949 que consagra los derechos del trabajador, la familia, la infancia y el habeas corpus. En fin, una avalancha de medidas destinadas a la constitución de una sociedad más justa. Viví la muerte de Eva Perón, la vicepresidenta que no fue, la revolucionaria, la de las milicias armadas para defender a Perón, la que entregó su cuerpo trabajando por los que más necesitaban apoyo y ayuda.
Y, luego, la larga noche. Los fusilamientos de la “fusiladora”, los presidentes elegidos en el contexto de los planteos militares y la proscripción del peronismo, incluido un excelente hombre como lo fue Arturo U. Illia, a quién unos energúmenos echaron del despacho presidencial porque trataba de lograr de una u otra forma la habilitación del partido proscripto, las peleas de los chicos militares jugando a guerritas de colores, el golpe que dio lugar al “onganiato” y su final con una sucesión de militares que jugaban a ser importantes.
Luego, por las luchas populares, surgió el sueño de la libertad que vivimos los que acompañamos a Cámpora, el esfuerzo final de Perón, su muerte y el fin de la esperanza. En lo personal, mi tiempo militante más importante fue el de un pequeño grupo que desde 1971 hasta 1973 trabajábamos en la preparación de carpetas técnicas y proyectos de las provincias durante la campaña y durante la breve presidencia del “tío”. Esto no fue importante porque pensáramos que el estar al lado de un candidato y, luego, con un presidente, nos hacía importantes. Lo era por la ilusión, por la esperanza, por el sueño de una sociedad “grande” que intentó hacer grande a nuestro país, también. Éramos los jóvenes de entonces. Los que cantábamos en la plaza “se van y nunca volverán”. Y los buitres volvieron. Nos duró poco la ilusión, pero ese momento histórico sigue en nosotros, aún cuando llegamos a convencernos que la esperanza no florecería nuevamente. Cosa que no sabíamos.
Pero las fuerzas económicas y el poder de los monopolios trabajaba en las sombras, estimulando y respaldando a los militares que se habían olvidado de San Martín: los militares genocidas. Fueron necesarios 30.000 muertos para parar a los ideales de nosotros, el fuego que llevábamos adentro los peyorativamente llamados jóvenes setentistas, los que teníamos más o menos 30 en esos años. En realidad, los militares y sus patrones monopólicos pensaban que eran necesarios 50.000, pero no quisieron o no pudieron llegar a esa cifra. El impacto de una generación devastada en la política argentina es absolutamente real. El poder de los monopolios se había consolidado y, poco quedaba de la política nacional y popular (el “modelo” se dice ahora) del peronismo.
Volvió la democracia pero condicionada con personajes siniestros como Magneto diciéndole a Alfonsín: Uds. ya son una dificultad. ¿Para qué? Para darle espacio a un miserable como Menem, el hombre que transformó el drama de la implementación de los ideales sociales y económicos del peronismo en la farsa de su negación.
Sin embargo, un nuevo amanecer estaba en marcha. Mi percepción de la realidad política hasta bien avanzado el kirchnerismo era que aquella ilusión de los ’70 había muerto definitivamente y que para la recuperación de la sociedad argentina se necesitaban varias generaciones. Lo que pasa, decía yo, es que la desaparición física de la gente de nuestra generación, incluidos los amigos militantes que perdimos, “no constituimos masa crítica en la sociedad, no tenemos a quién transmitir lo que llevamos adentro”. Tal es así que mi militancia la reduje a escribir para futuras generaciones. Creo que no del todo mal. Pero me había equivocado! Me empecé a dar cuenta de ello en el bicentenario cuando vi a nuestro pueblo joven, de mirada fresca, viviendo con alegría y franqueza el presente, de frente al futuro. Pero me faltaba algo más: que esos millones de personas se identificaran con las necesarias consignas políticas, esto es, ver la política en movimiento. Y, si bien se comenzaron a percibir nuevos indicios, la desaparición física prematura de Néstor K (como lo fue la de Evita en su momento) me ha permitido percibir este renacimiento de la política personificado en una juventud que plantea con claridad el ideal de una sociedad más justa y de una Latinoamérica unida. No tiene diferencias, más allá de los elementos inherentes al momento histórico, con aquellos jóvenes que protagonizamos el 25 de Mayo de 1973. La partida de quien entregó su vida para recuperar la esperanza, materializada con miradas y palabras sinceras y acciones coherentes, en hechos tales como la política latinoamericanista, la recuperación de los fondos de las jubilaciones, la asignación universal por hijo, la renovación de la Corte Suprema, la política de derechos humanos, la ley de medios, la reducción de la desocupación, la política redistributiva, los 5 millones de nuevos jubilados, el plan económico y las altas tasas de crecimiento de la economía, la notable reducción de la pobreza, etc., nos ha permitido a los mayores la ilusión y la esperanza de la Patria perdida y, a los jóvenes, la política y la esperanza de que el futuro es promisorio. Es hora de militar en política! Nuevas utopías serán posibles!
Los integrantes de la corporación económico-política tratarán de ocupar el espacio dejado por Kirchner (ya se están anotando), pero su compañera de vida y militancia queda. Y es una mujer fuerte, inteligente y con capacidad política, a la vez que con un equipo de gobierno entero y coherente. Pero sobre todo, con un pueblo militante que no hará concesiones, esas que tampoco nosotros hacíamos en el ‘73. Felizmente, los monopolios no cuentan con la fuerza de las armas, ya que los militares recuperaron el ideario sanmartiniano y no están al servicio de los poderes fácticos. ¿Estaremos todos a la altura de las circunstancias?

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