sábado, 1 de agosto de 2009

De Narváez y la realidad virtual

por Humberto Zambon




El postmodernismo ha decretado la muerte de las ideologías y de las interpretaciones del mundo, del hombre y de la historia. Lo que queda son pequeñas historias e interpretaciones discontinuas entre sí, sin un hilo unificador, limitado a lo superfluo y a lo liviano, a lo cotidiano.
Jean Baudrillard es un pensador de los tiempos postmodernos. Él da un paso más: no sólo anuncia la muerte de las ideologías y de la historia sino que también comunica la desaparición de la realidad.
Con el postmodernismo la realidad ya no es lo que conocíamos. Para Baudrillard la única realidad es la virtual, la que construyen los medios. O mejor dicho, los dueños de los medios y los poderosos intereses económicos que representan. Son los medios los que crean u ocultan acontecimientos, sus “creativos” crean o modifican lo que pasa y generan una nueva realidad, que podrá ser mentirosa, pero es una “realidad” irrefutable, en la que todos creen y de la que todos hablan.
La gente cree que piensa pero en realidad repite lo que pensaron los grandes grupos de poder o, mejor dicho, lo que esos grandes grupos decidieron que la gente piense, que no es lo mismo.
Hay un novelista norteamericano, John Grisham, que utiliza esta nueva realidad virtual para mostrar como se puede crear un presidente de la primera potencia mundial. Grisham no es muy querido por los críticos literarios exigentes, pero es un buen artesano de la literatura, fabricante de best-sellers bien elaborados, siguiendo una repetida fórmula exitosa de abogados y juicios. En su novela “La hermandad”, publicada hace nueve años, muestra como la CIA y los poderosos intereses del complejo militar-industrial pueden fabricar un presidente que el pueblo americano crea que eligió libre y democráticamente.
En la novela se trata de un ignoto representante parlamentario, Aaron Lake, a quien convierten en pocas semanas en un candidato triunfante. Para ello lanzan un programa multimillonario de publicidad con “su rostro y unas breves palabras suyas y, en un abrir y cerrar de ojos, se habrá usted convertido en el político más famoso del país” según le dice al comienzo el director de la CIA. Lake le objeta “la fama no gana elecciones” por lo que el primero completa su pensamiento: “No, desde luego. Pero el dinero sí. Con dinero se compra la televisión y las encuestas, y asunto concluido”.
Pero no tenemos que recurrir a una novela y menos norteamericana, cuando entre nosotros tenemos esa nueva y palpable realidad. Se llama Francisco de Narváez y hasta hace poco era el casi desconocido ex dueño de “Casa Tía”. Pero utilizó millones para crear un imperio comunicativo a partir de América y más millones todavía para convertirse en un exitoso ganador de elecciones, al mejor estilo del ficticio Aaron Lake. Gastó tanto dinero que hasta su socio, Mauricio Macri, dijo que se le había ido la mano y que no sabía como lo iba a justificar. Pero estas palabras no importaron, porque los medios decidieron que no importaban ni tampoco saber de donde salía tanto dinero. Y ganó las elecciones sin que se le haya caído una sola idea.
Su artífice de la campaña, Jaime Durán Barba, en una entrevista publicada en la revista Debate del 4/7/09 lo justifica: “…cuando los candidatos debaten ideas, los medios no le dan suficiente espacio. Y sí lo dan cuando uno le dice idiota al otro, lo injuria o va al programa de Marcelo Tinelli. Los mismos medios que reclaman ideas, le dan espacio a lo que la gente le interesa” y, más adelante, “¿Qué le interesa al joven actual? Su iPod, no quedarse fuera de la red, participar en Facebook; es otro mundo”.
Somos viejos, de otro mundo. Todavía creemos en la fuerza de la razón y creemos en el hombre y sus valores. Y creemos que otro mundo más racional y justo no solo es posible sino es imprescindible para el progreso del ser humano. Creemos en la real democracia participativa, que no tiene nada que ver con la “virtual” que nos fabrican los medios. Y creemos en la realidad “real” y en la verdad, convencido que la práctica y la historia son las encargadas de validarla.
Por ello nos sentimos obligados a resistir al avance de la “realidad virtual”. En esta lucha no podemos menos que recordar la historia de Walter Benjamín, el gran pensador de la Escuela de Frankfurt. Cuando Hitler avanzaba sobre Europa occidental le pidieron que se exiliara porque en su condición de judío y de socialista corría un doble peligro, pero él se negó, porque en Europa quedaban posiciones a defender. Y las defendió, hasta que tuvo que optar por el suicidio para no caer en manos de los nazis que lo perseguían. Pero su lucha no fue estéril sino que contribuyó a la derrota del fascismo.
La vida de Walter Benjamín es parte de un “gran relato”, de esos que son abominados por el postmodernismo. Así como Benjamín en el siglo pasado defendió las últimas posiciones de la libertad, nosotros, enarbolando esas ideologías, que no han muerto, y esos “grandes relatos” que dan sentido a la historia del hombre, debemos defender las posiciones de la racionalidad que aún quedan ante el avance de la “realidad virtual”.
(Publicado en “Río Negro” el 22 de julio de 2009)

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